En el Museo Evaristo Valle de Gijón, se ha inaugurado una exposición fotográfica que invita a reflexionar sobre la relación entre lo local y lo global a través de la obra de Roberto Molinos. Este fotógrafo, originario de Guzmán, un pequeño pueblo en Burgos, ha dedicado su carrera a capturar la esencia de su entorno y a contrastarla con paisajes de todo el mundo. La exposición, titulada ‘Guzmán y alrededores’, presenta una serie de dípticos que enfrentan imágenes de su pueblo natal con fotografías tomadas en diversos destinos internacionales, creando un diálogo visual que trasciende fronteras.
La esencia de la exposición radica en la idea de que lo cercano puede ser tan fascinante como lo lejano. Molinos ha estado capturando la vida en Guzmán desde los años setenta, pero fue en su búsqueda de lo universal que encontró la belleza en lo cotidiano. A través de 40 fotografías, tomadas entre 2005 y 2020, el artista establece conexiones inesperadas entre su hogar y lugares tan distantes como el Círculo Polar Ártico y la Patagonia. Cada imagen es un testimonio de su viaje, no solo físico, sino también emocional.
Uno de los aspectos más destacados de la exposición es la forma en que Molinos utiliza el díptico para contar historias. Cada par de imágenes se convierte en un encuentro entre dos espacios geográficos y emocionales distintos, unidos por un ritmo visual y una resonancia compartida. Por ejemplo, una de las imágenes más impactantes muestra una escultura de Jaume Plensa en Singapur, contrastada con un porrón escultórico de estilo rural creado por un herrero en Guzmán. Esta yuxtaposición no solo resalta las similitudes estéticas, sino que también invita a los espectadores a reflexionar sobre la influencia de la cultura global en lo local.
Molinos describe su proceso creativo como una mezcla de fotografía documental y artística. Durante años, trabajó en un proyecto titulado ‘Homo sapiens’, donde capturaba la esencia de la humanidad en diversas actitudes y situaciones. Sin embargo, fue al regresar a Guzmán que se dio cuenta de que su pueblo y sus viajes podían coexistir en su obra. «Hago muchas fotos en este pueblo y un buen día se me ocurrió mezclarlas con otras fotos que hago en mis viajes por el mundo», explica el autor. Esta fusión de lo local y lo global se convierte en un hilo conductor a lo largo de la exposición.
La exposición también aborda temas más amplios, como la celebración de la diversidad cultural. Un ejemplo de esto es la contraposición entre la fiesta del cordero celebrada por los musulmanes de la ribera del Duero y el festival de fotografía de Arlés, donde una carnicería se transforma en un espacio de exhibición para la carne humana a través de la lente de un fotógrafo. Este juego de imágenes y significados demuestra que lo cotidiano y lo exótico pueden coexistir y enriquecerse mutuamente.
El libro que acompaña la exposición profundiza en estas ideas, ofreciendo una reflexión sobre cómo cada díptico no solo representa un lugar, sino que también construye un territorio simbólico. Molinos argumenta que Guzmán, lejos de ser un simple punto en el mapa, actúa como un centro gravitacional que da perspectiva y profundidad a todo lo demás. Esta visión invita a los espectadores a reconsiderar su propia relación con el espacio y la cultura, y a encontrar belleza en las conexiones que a menudo pasan desapercibidas.
La inauguración de la exposición ha sido un éxito, atrayendo a amantes de la fotografía y curiosos por igual. La obra de Molinos no solo es un homenaje a su pueblo, sino también una celebración de la capacidad del arte para unir diferentes realidades. A medida que los visitantes recorren la exposición, se ven inmersos en un viaje visual que desafía las nociones tradicionales de lo que significa pertenecer a un lugar y cómo nuestras experiencias pueden entrelazarse con las de otros en todo el mundo. La obra de Roberto Molinos es un recordatorio de que, a pesar de las distancias, todos compartimos un hilo común que nos conecta a través de nuestras historias y experiencias.